que sobre el jardín que ellas
habían cuidado con tanto esmero,
caían trozos de pared, ahogando los claveles,
rosas y crisantemos, se echaban a llorar.
Zatti procuraba darles ánimo
y les decía que se dejaran de sensiblerías:
pero más estaba él
para ser consolado que para consolar…”
Y los carros iban y venían de la Escuela Agrícola, llevando sin cesar, enfermos y enseres… Llegó un momento en que se vio que el buen samaritano estaba agotado. Se notó que sus nervios ya no le respondían.
Fue cuando uno cometió la imprudencia, en ese momento tremendo de su vida, de decirle: “Don Zatti, mire lo que dice la gente…” “¿Qué dice la gente?”, inquirió él realmente abatido. “Dice que Ud. cierra el hospital porque esta fundido”.
En ese momento Zatti apretó los dientes, cerró los puños, un rìctus dramático de dolor se dibujó en su rostro y luego levantando los brazos, grito con voz estentórea, hecho una fiera: “Por favor, que no me hagan hablar, que no me hagan hablar…”.